miércoles, 27 de enero de 2010

biografias
















Victoria I
(Londres, 1819-isla de Wight, Reino Unido, 1901) Soberana del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda (1837-1901) y emperatriz de la India (1876-1901). Hija de Eduardo, duque de Kent, y de María Luisa de Sajonia-Coburgo, entró en la línea sucesoria al trono al fallecer su padre, en 1819, durante el reinado de Jorge IV. Quedó entonces bajo la tutela de su tío Leopoldo de Bélgica, quien ejerció gran influencia sobre ella. En 1837, a los dieciocho años de edad, heredó de su tío Jorge IV la Corona del Reino Unido, pero no la de Hannover, que se separó de este modo de la británica, ya que excluía a las mujeres de la sucesión, motivo por el cual pasó a su tío Ernesto.
Victoria I de Inglaterra
Convencida del valor de la Corona como símbolo de unidad nacional, en un momento en que la monarquía aparecía como una institución frágil y discutida en el Reino Unido, se impuso la tarea de restaurar la imagen de la institución, para lo cual convirtió la respetabilidad en la primera obligación tanto para ella como para la familia real. En 1840 contrajo matrimonio con Alberto de Sajonia-Coburgo, hombre discreto y equilibrado que aportó solidez a su posición y a quien convertiría en 1857 en príncipe consorte. Personaje de talante conservador, influyó en el cambio de simpatías políticas de la reina, que pasaron de los liberales (whigs) a los conservadores (tories).
Este cambio de imagen encontró un eco favorable en la burguesía británica, que vio en la reina un punto de referencia para su comportamiento social. No obstante sus simpatías hacia los conservadores, en el interior trató de mantener el equilibrio entre las dos fuerzas políticas y, en general, respetó la autoridad emanada del Parlamento y la alternancia de gobiernos, aunque hizo valer sus prerrogativas reales como máxima autoridad de la Iglesia Anglicana e intervino personalmente en el nombramiento de cargos en la armada, la marina y el episcopado.

En cuanto a la política exterior, con la intención de establecer un equilibrio dinástico favorable al Reino Unido e imponer su influencia política en el continente, hizo valer sus lazos familiares con otras casas reinantes de Europa y creó otros nuevos, a través de los enlaces dinásticos de sus nueve hijos, motivo por el cual fue llamada «la abuela de Europa». Muy atenta a la evolución de los asuntos políticos, y convencida del papel activo que correspondía a la monarquía en política exterior, no dudó a la hora de interferir en la gestión de sus gobiernos cuando lo consideró imprescindible. En 1851 exigió y obtuvo la dimisión del primer ministro John Russell por haber aceptado el golpe de Estado de Napoleón III en Francia; tampoco evitó el enfrentamiento con Palmerston, a pesar de su popularidad, ni con Gladstone, a propósito de su política de concesión del autogobierno (Home Rule) a Irlanda.
La muerte de su esposo, en 1861, afectó profundamente a la soberana, quien se desentendió por un tiempo de los asuntos del reino, aunque cuidó de que el príncipe heredero, su hijo Eduardo, siguiera ejerciendo los deberes de la Corona. Su coronación como emperatriz de la India en 1877 constituyó el punto culminante de su largo reinado, de casi sesenta y cuatro años, durante el cual el Reino Unido se convirtió en la mayor potencia colonial del mundo, cuyos dominios comprendían la India, Canadá, Australia, Nueva Zelanda y numerosos enclaves coloniales en Asia y África.
La prosperidad económica, el desarrollo cultural y la nueva imagen que supo dar a la monarquía, ejemplo de respetabilidad familiar y de puritanismo en las costumbres, caracterizaron lo que se dio en llamar era victoriana. En 1899, el estallido de la guerra de los bóers en África del Sur preludió una época de convulsiones mundiales que acabarían por sacudir los cimientos de su imperio.Último rey de Cerdeña-Piamonte y primer rey de Italia (Turín, 1820 - Roma, 1878). Accedió al Trono sardo-piamontés en 1849, al abdicar su padre Carlos Alberto tras fracasar en el intento de eliminar la influencia austriaca en Italia y abrir el camino para la unificación peninsular.
A pesar de la derrota de su padre por los austriacos en la batalla de Novara (1849), Víctor Manuel mantuvo la monarquía constitucional diseñada en el Estatuto Real de 1848, que se convirtió -a pesar de su moderación- en el régimen más liberal que quedó en Italia después de la represión de los movimientos revolucionarios por el ejército austriaco que mandaba Radetzky. Respetó escrupulosamente el marco constitucional y llamó a gobernar a personajes caracterizados por sus ideas liberales y nacionalistas, si bien en una versión tan moderada como la de Cavour, que fue su primer ministro desde 1852.
La paciente labor diplomática de éste creó las condiciones para que el emperador francés Napoleón III se comprometiera a apoyar al Piamonte en una guerra contra Austria, que efectivamente tuvo lugar en 1859. Derrotados los austriacos por las fuerzas franco-piamontesas en las batallas de Magenta y Solferino, Napoleón III detuvo la guerra antes de obtener su objetivo último, que era expulsar a los austriacos de Italia, por el temor a una intervención prusiana. Piamonte obtuvo la anexión de Lombardía (Tratado de Zúrich, 1859), pero el Véneto siguió en manos austriacas e Italia permanecía dividida.
Víctor Manuel se vio obligado a aceptar esta situación, que conllevó la cesión a Francia de Niza y Saboya -por los servicios prestados- y la dimisión de Cavour (1860). Sin embargo, la guerra había hecho estallar por toda Italia revueltas de inspiración liberal y nacionalista que, al grito de Italia y Víctor Manuel, luchaban por la unificación del país. En varios Estados italianos, como Parma, Módena y Toscana, se celebraron plebiscitos que determinaron la anexión al Reino de Cerdeña-Piamonte; y lo mismo ocurrió en Bolonia, que quedó así escindida de los Estados Pontificios e incorporada igualmente al reino de Víctor Manuel (1860).
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Al mismo tiempo, una expedición revolucionaria encabezada por Garibaldi había partido del Piamonte, y tras desembarcar en Sicilia, derrotó a las tropas de los Borbones y amenazó Nápoles. Con el pretexto de impedir que los garibaldinos atacaran al papa, Víctor Manuel envió un ejército piamontés que fue el que realmente derrotó a las tropas papales (batalla de Castelfidardo, 1860) y determinó la anexión al Piamonte -previo referéndum- de las Marcas y Umbría, regiones pertenecientes hasta entonces a los Estados Pontificios.
Luego siguieron avanzando hacia el sur para frenar a Garibaldi; pero este revolucionario radical renunció a toda aspiración política sobre los territorios que controlaba en el sur de Italia, y tras una entrevista con Víctor Manuel, le entregó Sicilia y Nápoles y le proclamó rey de Italia. Después completaron juntos la rendición del Reino de Nápoles y un primer Parlamento italiano reunido en Turín proclamó oficialmente a Víctor Manuel II rey de Italia, extendiendo el régimen del Estatuto.
Venecia siguió en poder del Imperio Austro-Húngaro hasta 1866, cuando Víctor Manuel pudo aprovechar la guerra entre Prusia y Austria para aliarse con la primera y arrebatar Venecia a la segunda (Paz de Viena). Quedaba Roma en poder de los papas y protegida por una guarnición francesa, pero reclamada por el gobierno de Italia como capital de su Estado; nuevamente fue una guerra exterior la que permitió conquistarla, en este caso la Guerra Franco-Prusiana, que hundió al Segundo Imperio Francés y dejó desprotegido al papa, facilitando la conquista de la ciudad por los italianos en 1870.
Víctor Manuel trasladó allí su capital, pero vio abrirse un nuevo conflicto para su régimen, al exacerbarse la enemistad del papa Pío IX, que se consideró a sí mismo prisionero en sus palacios del Vaticano, excomulgó al rey y negó toda legitimidad al Estado italiano unificado. Esto se añadía a los problemas de integración entre los antiguos Estados italianos y al resentimiento por la imposición en todos ellos de las instituciones y la influencia política del Piamonte










Camilo Benso) Político piamontés, artífice de la unificación italiana (Turín, 1810-1861). Su familia, siguiendo la costumbre aristocrática, le destinó a la carrera militar (al Cuerpo de Ingenieros), pero él abandonó el ejército en 1831 por sus ideas liberales. Desde entonces se dedicó a administrar las fincas familiares, destacando como un empresario agrícola moderno y eficiente. Sus viajes por el extranjero y su ascendencia ginebrina le hicieron un admirador de la cultura francesa y del modelo político británico. El aperturismo del reinado de Carlos Alberto le permitió expresar públicamente sus ideas.
En 1847 fundó en Turín la revista Il Risorgimento, cuyo título acabaría por dar nombre al movimiento por la unificación y a toda una época de la historia de Italia. Dicha revista expresaba un ideal de liberalismo nacionalista muy moderado, atractivo para las clases medias conservadoras: hablaba de unificar Italia y emanciparla de la dominación austriaca, así como de introducir una Constitución con división de poderes, elecciones y gobierno responsable ante el Parlamento; pero todo ello sin apelar a la violencia revolucionaria y distanciándose netamente del radicalismo representado por Mazzini.
En 1850 fue nombrado ministro de Agricultura y Comercio, con tal éxito que pronto eliminó de la lucha política a todos sus colegas y fue nombrado primer ministro (1852). La obra de gobierno de Cavour se centró en promover la unificación de Italia bajo el liderazgo de Víctor Manuel II del Piamonte, implantando en toda la península un régimen liberal moderado; y en reconocer que, a la vista de lo ocurrido en 1848-49, los italianos no podían liberarse de la dominación austriaca sin ayuda exterior.
Para conseguirlo maniobró hábilmente tanto en la política interior como en la diplomacia internacional. Comenzó por recabar el apoyo de todas las corrientes liberales y nacionalistas, incluidas las más radicales, defraudadas por el fracaso de las pasadas intentonas revolucionarias: incluso Mazzini y Garibaldi le dieron un voto de confianza a este aristócrata conservador.
Luego hizo saltar la «cuestión italiana» a la escena internacional al involucrar al Piamonte en la lejana Guerra de Crimea (1854) en la que Francia e Inglaterra defendían al Imperio Otomano contra el expansionismo ruso; con ello alineó a su país con las potencias occidentales y, al mismo tiempo, se sentó junto a los vencedores en la conferencia de paz de París (1856), donde hizo valer que la mera amenaza de su ataque en el norte de Italia había inmovilizado a Austria, haciéndole desistir de intervenir en los Balcanes.
Atrajo al emperador francés Napoleón III hacia la causa de la unificación italiana, presentándola como la justa causa de un país pequeño que luchaba por su libertad contra el despotismo germánico y reaccionario de Austria, causa que podía acrecentar la popularidad del emperador entre las inquietas masas urbanas de Francia; y, en una entrevista secreta que mantuvieron en el balneario alsaciano de Plombières (1858), Cavour trazó con él el plan que luego seguirían para realizar la unificación. El plan empezó con una provocación, al embarcarse Cavour en una política de rearme y rechazar el ultimátum que le lanzó Austria; ésta cayó en la trampa atacando al Piamonte, momento en que el ejército francés acudió en su ayuda. Las fuerzas conjuntas franco-piamontesas derrotaron a los austriacos en Magenta y Solferino, como estaba previsto; pero ahí Napoleón III detuvo el avance, incumpliendo el resto del plan: por el armisticio de Villafranca (1859) pasaba al Piamonte la Lombardía, pero no el Véneto, que seguía en manos austriacas. En cambio, el Piamonte sí tuvo que entregar a Francia los territorios de Niza y Saboya, que había prometido en pago por la ayuda recibida. En protesta por esta «traición», que el rey piamontés hubo de aceptar, Cavour dimitió temporalmente de su puesto, al que fue llamado de nuevo enseguida (1860).
La victoria sobre los austriacos desencadenó en toda Italia una oleada de entusiasmo nacionalista: en Toscana, Parma y Módena se celebraron plebiscitos que decidieron la anexión de estos tres estados al Piamonte, e incluso ocurrió lo mismo en la Romaña, territorio perteneciente a los Estados Pontificios. Cavour utilizó el entusiasmo nacionalista de Garibaldi para completar la tarea: le puso al frente de una expedición que, desembarcando en Sicilia, movilizó a los revolucionarios del sur de Italia hasta arrebatar a los Borbones todo el Reino de Nápoles, que Garibaldi entregó disciplinadamente al Piamonte.
Argumentando el peligro que para el papa podía suponer el avance de los garibaldinos sobre Roma -que habría acabado definitivamente con la alianza francesa-, Cavour lanzó a sus tropas a conquistar la Italia central, completando la unificación con las Marcas y Umbría, en donde también se celebraron plebiscitos. Cavour proclamó a Víctor Manuel rey de Italia, extendiendo al Estado recién unificado las viejas instituciones políticas del Piamonte (1861).
Tres meses después moría Cavour, dejando creado el Estado italiano, pero cargado de graves problemas que no pudo contribuir a resolver: el enfrentamiento con la Iglesia católica (por la «cuestión romana»), la pervivencia de territorios de lengua italiana en manos extranjeras («territorios irredentos») y un desequilibrio flagrante entre el norte y el sur del país




















Guillermo I de Alemania y Prusia (Wilhelm Friedrich Ludwig) (Berlín, 22 de marzo de 17979 de marzo de 1888), Emperador de Alemania (Káiser), desde el 18 de enero de 1871 hasta su muerte (9 de marzo de 1888) y Rey de Prusia, desde el 2 de enero de 1861.
Segundo hijo de Federico Guillermo III y de Luisa de Mecklemburgo-Strelitz. En 1829 se casó con Augusta de Sajonia-Weimar-Eisenach y tuvo con ella dos hijos:
Federico (1831-1888), emperador de Alemania durante 1888 (9 de marzo - 15 de junio).
Princesa Luisa de Prusia (1838-1923).
Sirvió en el ejército prusiano desde 1814 y se le encomendaron algunas misiones diplomáticas desde 1815.
En 1857, su hermano el rey Federico Guillermo IV sufrió una crisis que le generó problemas de salud mental hasta su muerte. Un año después, Guillermo tuvo que hacerse cargo de la regencia de Prusia.
Al fallecer Federico Guillermo IV sin hijos varones, el 2 de enero de 1861, Guillermo accedió al trono de Prusia con el nombre de Guillermo I.
Antes de la regencia no intervino en política. Ya en el trono se mostró favorable a una política conservadora, designando como canciller a Otto von Bismarck (1862), que fue en la práctica quien llevó las riendas de la política y del proceso de unificación alemana.

Proclamación de Guillermo I como Emperador de Alemania
Tras la Guerra franco-prusiana, Guillermo I de Prusia fue proclamado Emperador alemán el 18 de enero de 1871 en el salón de los espejos del Palacio de Versalles. La Confederación Alemana del Norte (1867-1871) se transformó en el Imperio alemán ("Kaiserreich", 1871-1918). Se fundó un único Estado de carácter federal con el rey de Prusia como jefe de Estado, con el título imperial y "presidente" o primus inter pares de los monarcas que se federaron (de los reinos de Baviera, Wurtemberg, Sajonia, el Gran Ducado de Baden y el de Hesse. También quedaron incorporadas las ciudades libres de Hamburgo, Lübeck y Bremen.
A su muerte le sucedió su hijo Federico III, pero debido a un cancer murió a los tres meses de reinado, siendo sucedido a su vez por su hijo Guillermo II, el cual trató de imitar a su abuelo en las tareas de gobierno.










Político prusiano, artífice de la unidad alemana (Schoenhausen, Magdeburgo, 1815 - Friedrichsruh, 1898). Procedente de una familia noble prusiana, Bismarck vivió una juventud indisciplinada, autodidacta y llena de dudas religiosas y políticas. A partir de su matrimonio cambió radicalmente de vida, iniciando una carrera política marcada por el más severo conservadurismo. Efectivamente, como diputado del Parlamento prusiano desde 1847, destacó como adversario de las ideas liberales que por entonces avanzaban en toda Europa; la experiencia revolucionaria de 1848-51 le radicalizó en sus posturas reaccionarias, convirtiéndole para siempre en paradigma del autoritarismo y del militarismo prusiano.
Otto von Bismarck
En los años siguientes ocupó puestos diplomáticos en Frankfurt, San Petersburgo y París, conociendo de primera mano los asuntos internacionales. De esa época data la maduración de su ideario político nacionalista, a medio camino entre el constitucionalismo y las tradiciones germánicas; y su convicción de que el proyecto de unificación que albergaba para Alemania no debía basarse en la apelación a las masas, sino en el empleo inteligente de la diplomacia y de la fuerza militar. Tales ideas le convirtieron en modelo del político realista apartado de todo idealismo, sensibilidad o prejuicios morales.
Desde que el rey Guillermo I le nombró canciller (primer ministro) en 1862, puso en marcha su plan para imponer la hegemonía de Prusia sobre el conjunto de Alemania, como paso previo para una eventual unificación nacional. Empezó por reorganizar y reforzar el ejército prusiano, al que lanzaría a continuación a tres enfrentamientos bélicos, probablemente premeditados, en todos los cuales resultó vencedor: la Guerra de los Ducados (1864), una acción concertada con Austria para arrebatar a Dinamarca los territorios de habla alemana de Schleswig y Holstein; la Guerra Austro-Prusiana (1866), un artificioso conflicto provocado a raíz de los problemas de la administración conjunta de los ducados daneses y dirigida, en realidad, a eliminar la influencia de Austria sobre los asuntos alemanes; y la Guerra Franco-Prusiana (1870), provocada por un malentendido diplomático con la Francia de Napoleón III a propósito de la sucesión al vacante Trono de España, pero encaminada de hecho a anular a Francia en la política europea, a fin de que dejara de alentar el particularismo de los Estados alemanes del sur. En cada una de aquellas guerras Prusia acrecentó su poderío y extendió su territorio: en 1867 ya fue capaz de unir a la mayor parte de los Estados independientes que subsistían en Alemania, formando la Confederación de la Alemania del Norte; en 1871, además de anexionarse las regiones francesas de Alsacia y Lorena, impuso la creación de un único Imperio Alemán bajo la corona de Guillermo I, del que sólo quedó excluida Austria.
La política interior de Bismarck se apoyó en un régimen de poder autoritario, a pesar de la apariencia constitucional y del sufragio universal destinado a neutralizar a las clases medias (Constitución federal de 1871). Inicialmente gobernó en coalición con los liberales, centrándose en contrarrestar la influencia de la Iglesia católica (Kulturkampf) y en favorecer los intereses de los grandes terratenientes mediante una política económica librecambista; en 1879 rompió con los liberales y se alió al partido católico (Zentrum), adoptando posturas proteccionistas que favorecieran el crecimiento industrial. En esa segunda época centró sus esfuerzos en frenar el movimiento obrero alemán, al que ilegalizó aprobando las Leyes Antisocialistas, al tiempo que intentaba atraerse a los trabajadores con la legislación social más avanzada del momento.
En política exterior, se mostró prudente para consolidar la unidad alemana recién conquistada: por un lado, forjó un entramado de alianzas diplomáticas (con Austria, Rusia e Italia) destinado a aislar a Francia en previsión de su posible revancha; por otro, mantuvo a Alemania apartada de la vorágine imperialista que por entonces arrastraba al resto de las potencias europeas. Fue precisamente esta precaución frente a la carrera colonial la que le enfrentó con el nuevo emperador, Guillermo II (1888), partidario de prolongar la ascensión de Alemania con la adquisición de un imperio ultramarino, asunto que provocó la caída de Bismarck en 1890.















Carlos Luis Napoleón Bonaparte; París, 1808 - Chislehurst, Kent, Inglaterra, 1873) Presidente de la República y emperador de Francia. Era sobrino del primer Napoleón y quizá hijo natural suyo. En su juventud tuvo una trayectoria como conspirador liberal, participando en los movimientos revolucionarios italianos de 1831; y desde que, en 1832, heredó la «jefatura» de la dinastía Bonaparte por la muerte del duque de Reichstadt, se dedicó a intentar la conquista del poder protagonizando sendos intentos frustrados de derrocar a Luis Felipe de Orléans, uno en Estrasburgo en 1836 y otro en Boulogne en 1840.
Este último fracaso le costó la condena a cadena perpetua en el castillo de Ham, pero consiguió evadirse en 1846 y halló refugio en Inglaterra. De aquella época le quedó una mala salud que le acompañaría durante el resto de su vida (reumatismo y problemas renales), una aureola romántica de aventurero y luchador por las libertades, y un círculo de amigos incondicionales en los que se apoyaría durante su carrera política.
La Revolución de 1848, que instauró en Francia la Segunda República, le permitió regresar al país y participar en la política activa. El restablecimiento del sufragio universal en un país predominantemente campesino le proporcionó un éxito electoral inmediato, beneficiándose de la memoria de su tío y de la asociación del nombre Bonaparte con una época de orden en libertad y de hegemonía continental de Francia.
Fue así como se convirtió en primer -y único- presidente de la Segunda República en 1848, con un mensaje político ambiguo que proponía la síntesis entre los principios de la Revolución de 1789 y los deseos de orden y paz social que albergaba la Francia más conservadora: en su mensaje y en su acción de gobierno se mezclarían siempre el autoritarismo contra el «peligro» de la revolución social y un reformismo liberal de tendencia democrática (contrario al predominio de los notables tradicionales) e incluso socialista (bajo la influencia de los discípulos de Saint-Simon).
Como presidente de la República, Luis Napoleón siguió la corriente conservadora mayoritaria en la Asamblea: se ganó el apoyo de los católicos al dejar la enseñanza privada en manos de la Iglesia (Ley Falloux, 1849) e intervenir militarmente para reponer el poder del papa contra la República Romana (1849); al mismo tiempo, salvaguardó su imagen presentándose como víctima impotente de las medidas más impopulares de la Asamblea. Y, sobre todo, se esforzó por acrecentar su poder personal, recortando el sufragio universal y las libertades.
En 1851 protagonizó un golpe de Estado destinado a perpetuarse en la presidencia en contra de las prescripciones constitucionales, golpe que sancionó después con un plebiscito que ganó abrumadoramente. Había comenzado su estilo de gobierno, consistente en una mezcla de autoritarismo personal y apelación directa al pueblo, eliminando la intermediación de los partidos y del Parlamento. En 1852 completó la configuración de su dictadura promulgando una carta otorgada de corte cesarista, inspirada en la Constitución del año VIII (1799), y restableciendo en su persona la dignidad imperial hereditaria; el que había sido príncipe presidente pasaba a llamarse entonces Napoleón III, emperador de los franceses.










El carácter dictatorial y el origen violento de aquel Segundo Imperio le obligó a buscar una legitimación suplementaria por la vía de las realizaciones: lanzó una política exterior encaminada a desmontar el orden europeo establecido por el Congreso de Viena (1815) y restablecer el papel de Francia como gran potencia mundial, política nacionalista y expansiva que le atrajo la simpatía de las masas populares urbanas (ya que se presentó como intervención en favor de nobles causas liberales y nacionalistas, como la de la unificación italiana luchando a favor del Piamonte contra Austria, en 1859) y que tenía la ventaja adicional de mantener a los militares absorbidos en aventuras exteriores.
En el interior, compensó el recorte de las libertades individuales con una política de reformas sociales dirigida a desmovilizar el potencial revolucionario del movimiento obrero (legalizando la huelga e impulsando la organización sindical obrera desde 1864); y se esforzó por potenciar el desarrollo económico apoyando a la gran industria, facilitando las grandes concentraciones financieras (como la de la banca Péreire), extendiendo la red de ferrocarriles, remodelando las ciudades (fundamentalmente París, reformada bajo la dirección de Haussmann), exportando capitales (por ejemplo, con la construcción del canal de Suez, obra de Lesseps), ampliando los mercados con la expansión colonial (Senegal, Argelia, Nueva Caledonia, Siria, Egipto, Indochina…) y suscribiendo un audaz tratado de libre comercio con Gran Bretaña (el Tratado Cobden-Chevalier de 1860). Con todo ello, hizo del Segundo Imperio (1852-70) una fase muy significativa en el proceso de industrialización de Francia.
La dureza de los siete primeros años de «Imperio autoritario» (1852-59) dejó pasó a un cambio de tendencia más progresista desde la intervención militar en Italia de 1859 (que llevó al régimen a romper con la opinión católica y conservadora, al apoyar la unificación italiana a costa del poder temporal del Papado) y del Tratado comercial de 1860 (que inauguraba una política económica más liberal, enemistando al régimen con parte de la clase empresarial francesa). Pero este giro no modificó sustancialmente las instituciones políticas, que siguieron marcadas por el autoritarismo hasta que, en 1869-70, el régimen inició una evolución hacia el parlamentarismo, en un experimento de «Imperio liberal» que no llegó a cuajar por la inmediata caída del Imperio.
Ésta vino provocada por las aventuras exteriores: las primeras se habían visto coronadas por el éxito, por ejemplo, la intervención contra Rusia en la Guerra de Crimea de 1854-55, que llevó al régimen a su momento de máxima gloria con la reunión del Congreso de paz en París, simultáneamente a la Exposición Universal de 1855 (que proyectó al mundo la imagen de una Francia moderna y pujante) y al nacimiento de un príncipe heredero del matrimonio de Napoleón III con Eugenia de Montijo (lo que parecía asegurar la sucesión monárquica).
Aquel éxito, completado con el de la guerra de unificación italiana, llevó al emperador a confiar excesivamente en su propio sueño de poderío universal, animándole a un intento de intervención diplomática en la Guerra de Secesión americana (1861-65), a un proyecto de hegemonía francesa sobre América Latina que comenzaría por la instauración en México del régimen imperial de Maximiliano (1864-67) y a la pretensión de obtener compensaciones territoriales en Alemania por la «benévola» neutralidad de Francia en la Guerra Austro-Prusiana (1866); todos esos intentos se saldaron con otros tantos fracasos, que prepararon el descalabro final: dejándose arrastrar por un incidente diplomático sin importancia (el telegrama de Ems, a propósito de la candidatura de un príncipe Hohenzollern al vacante Trono de España), Napoleón III aceptó ir a la guerra contra Prusia en 1870, confiando en su capacidad para frenar la potencia ascendente de la Prusia de Bismarck y el peligro de que condujera a formar un Estado alemán fuerte y unido.
La derrota en la Guerra Franco-Prusiana (1870) fue completa, cayendo incluso el emperador prisionero del ejército prusiano en la batalla de Sedán. Ello provocó el hundimiento del Segundo Imperio frente a las fuerzas republicanas, al tiempo que estallaba en París la Revolución de la Comuna y que Bismarck completaba la unificación del Imperio Alemán (declarada en Versalles en 1871) y arrebataba a Francia las provincias de Alsacia y Lorena.
Una vez puesto en libertad, el ex emperador se refugió en Inglaterra, desde donde siguió proclamando las virtudes del bonapartismo y reclamando sus derechos al Trono, pues nunca abdicó. El controvertido y ambiguo dictador moría tres años después, dejando a la posteridad un modelo de populismo autoritario y modernizador, que sin duda ha inspirado a políticos como el general De Gaulle.

























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Reina de España (Madrid, 1830 - París, 1904). Isabel II nació del cuarto matrimonio de Fernando VII con su sobrina María Cristina de Borbón, poco después de que el rey promulgara la Pragmática por la que se restablecía el derecho sucesorio tradicional castellano, según el cual podían acceder al Trono las mujeres en caso de morir el monarca sin descendientes varones.
En virtud de aquella norma, Isabel II fue jurada como princesa de Asturias en 1833 y proclamada reina al morir su padre en aquel mismo año; sin embargo, su tío Carlos María Isidro no reconoció la legitimidad de esta sucesión, reclamando su derecho al Trono en virtud de la legislación anterior y desencadenando con esta actitud la Primera Guerra Carlista (1833-40).
Hasta que Isabel II alcanzara la mayoría de edad, la Regencia recayó en su madre María Cristina, la cual encabezó la defensa de sus derechos dinásticos contra los partidarios de don Carlos; para ello entabló una alianza con los liberales, que veían en la opción isabelina la posibilidad de hacer triunfar sus ideas frente al partido absolutista agrupado en torno a don Carlos.
Isabel II
En consecuencia, llamó al gobierno a los liberales y aceptó el régimen semiconstitucional del Estatuto Real (1834); la presión de los liberales más avanzados le obligaría luego a admitir la nacionalización de los bienes de la Iglesia (desamortización de Mendizábal) y el establecimiento de un régimen propiamente liberal (Constitución de 1837). Entretanto, la suerte de las armas fue favorable para la causa de Isabel, pues los ejércitos de Espartero consiguieron imponerse a los carlistas en el frente del Norte (Convenio de Vergara de 1839) y en el Maestrazgo (derrota de Cabrera en 1840).
En aquel mismo año, sin embargo, María Cristina fue apartada de la Regencia y expulsada de España, desacreditada por su matrimonio morganático y por su actitud reacia al liberalismo progresista; el propio general Espartero le sucedió como regente en 1841. Por entonces se habían decantado ya las dos corrientes en las que se dividió la «familia» liberal: el partido moderado (conservador) y el partido progresista (liberal avanzado).Después de tres años de Regencia de Espartero y de consiguiente predominio político de los progresistas, en 1843 fue derrocado el regente por un movimiento en el que participaron moderados y progresistas descontentos (1843); para evitar una nueva Regencia, se decidió adelantar la mayoría de edad de Isabel II, quien comenzó, por tanto, su reinado personal con sólo 13 años. Una maniobra de los moderados completó la operación apartando del poder al progresista Olózaga bajo la acusación de haber forzado la voluntad de la reina niña.
En lo sucesivo, Isabel II inclinaría sistemáticamente sus preferencias políticas hacia los moderados, incumpliendo su papel arbitral de reina constitucional al llamar a formar gobierno siempre al mismo partido, lo cual obligó a los progresistas a recurrir a la fuerza para tener opción de gobernar; por esa razón se sucedieron los pronunciamientos, mecanismo de insurrección militar, frecuentemente combinada con algaradas callejeras, para forzar un cambio político.
La ignorancia y candidez de Isabel II se complicaron con su insatisfacción sexual, fruto del desgraciado matrimonio que le arreglaron a los 16 años con su primo Francisco de Asís; una sucesión de amantes reales adquirieron influencia sobre las decisiones de la Corona, al tiempo que confesores y consejeros aprovechaban el sentimiento de culpabilidad y los accesos religiosos de la reina para hacer sentir también su influencia. Isabel II se rodeó así de una «camarilla» palaciega con influencia política extraconstitucional, causa adicional de su descrédito ante el pueblo y la opinión liberal.
Desde el comienzo de su reinado, Isabel II inauguró esta tónica al amparar diez años de gobierno ininterrumpido de los moderados (la «Década Moderada» de 1844-54), en los que el poder estuvo dominado por el general Narváez. Este predominio moderado se plasmó en una nueva Constitución en 1845, en la que el poder de la Corona quedaba reforzado frente a los órganos de representación nacional; y también en toda una serie de leyes importantes que conformaron el modelo de Estado liberal en España en una versión muy conservadora; este giro permitió restablecer las relaciones con el Papado, que reconoció a Isabel II como reina legítima en 1845.
El descontento de los liberales acabó por provocar una revolución que dio paso a un «Bienio Progresista» (1854-56), marcado de nuevo por la influencia de Espartero. Pero una nueva sublevación militar restableció la situación conservadora, abriendo un periodo de alternancia entre los moderados de Narváez y un tercer partido de corte centrista liderado por el general O’Donnell (la Unión Liberal). Los progresistas, excluidos del poder, se inclinaron otra vez por la vía insurreccional, que prepararon desde el Pacto de Ostende de 1866; pero esta vez exigieron el destronamiento de Isabel, a la que acusaban de intervencionismo partidista y de deslealtad hacia la voluntad nacional.
El resultado fue la Revolución de 1868, que obligó a Isabel II (de vacaciones en Guipúzcoa) a exiliarse en Francia. En 1870 abdicó en su hijo Alfonso y confió a Cánovas la defensa en España de la causa de la restauración dinástica; ésta se logró tras el fracaso de los sucesivos regímenes políticos del Sexenio Revolucionario (1868-74), y la entronización de Alfonso XII. La reina madre, símbolo del pasado y del desprestigio de los Borbones, regresó a España en 1876, severamente vigilada y bajo la prohibición de cualquier actividad política; pero sus desavenencias con el gobierno de Cánovas le decidieron a exiliarse definitivamente en París, donde permaneció resentida y aislada, sobreviviendo a su madre (1878), su hijo (1885), su marido (1902) y la mayor parte de sus amantes y amigos.







Alfonso XII
Rey de España (Madrid, 1857 - El Pardo, 1885). Hijo de Isabel II, acompañó a ésta al exilio cuando fue destronada por la Revolución de 1868. En 1870 su madre abdicó en él; y en 1873 dejó en manos de Cánovas la defensa de la causa borbónica en España. Cánovas envió a Alfonso a completar su formación en la academia militar inglesa de Sandhurst, a fin de impregnarle de los principios de la monarquía parlamentaria británica.
En 1874, con la crisis de la Primera República, Cánovas estimó que la descomposición del régimen revolucionario dejaba el terreno maduro para la vuelta de los Borbones y empezó a prepararla, lanzando en nombre del príncipe el llamado «Manifiesto de Sandhurst», en el que se postulaba como artífice de una reconciliación nacional. Los acontecimientos se precipitaron por el pronunciamiento militar de Martínez Campos en Sagunto, que proclamó rey a Alfonso. Éste viajó inmediatamente de París a Barcelona y entró en Madrid como rey poco después (1874).
Cánovas elaboró un nuevo régimen político basado en el liberalismo doctrinario y conocido como «Restauración», plasmado en la Constitución de 1876, que se mantendría vigente hasta 1923. Alfonso XII quedó relegado a un papel de árbitro entre dos grandes partidos -el conservador y el liberal- que se turnaban pacíficamente en el poder, evitando los pronunciamientos militares y las algaradas populares que habían sido constantes durante el reinado de Isabel II.
No obstante, para asentar dicho régimen tuvo que hacer frente a la Guerra Carlista, abierta en el Norte y en Levante desde 1873; tras la rendición de Cabrera, el pretendiente al Trono, don Carlos (VII), abandonó España poniendo fin a la guerra en 1876.
Igualmente se sometió por la fuerza la rebelión cantonalista iniciada durante el periodo republicano. Y poco después la Paz del Zanjón (1878) completó la pacificación al poner fin a la guerra sostenida durante diez años contra los independentistas cubanos. Posteriormente, el reinado de Alfonso sólo se vería alterado por algunas intentonas republicanas y por los dos atentados sufridos en 1878 y 1879 (cuyos autores fueron inmediatamente ejecutados).Los dos conflictos principales en los que se vio involucrado tuvieron que ver con el poder ascendente de la Alemania de Bismarck. En 1883 don Alfonso aceptó del emperador Guillermo I la invitación para presenciar unas maniobras militares en Hamburgo, ocasión en la que le dispensó importantes honores; la visita provocó un fuerte rechazo en Francia, que se expresó agriamente al paso del rey por aquel país. En 1885, en cambio, el conflicto fue con Alemania, que disputaba a España las islas Carolinas; el enfrentamiento se evitó por medios diplomáticos, recurriendo al arbitraje del papa León XIII.
En cuanto a los asuntos internos, don Alfonso se comportó como un rey constitucional, ejerciendo prudentemente su prerrogativa de nombrar primer ministro: hasta 1881 confió en los conservadores, manteniéndose Cánovas en el poder salvo en dos breves intervalos en los que mandaron Jovellar (1875) y Martínez Campos (1879); luego pasó el poder a los liberales de Sagasta, sustituido en 1883 por Posada Herrera; y en 1884 devolvió el gobierno a Cánovas.
Alfonso murió de tuberculosis con sólo 27 años, haciendo temer por la continuidad de la dinastía. Su primera mujer, María de las Mercedes de Orléans, había muerto el mismo año de su boda, en 1878. De un segundo matrimonio con María Cristina de Habsburgo-Lorena (1879) habían nacido dos princesas que contaban cinco y tres años; y la reina quedaba embarazada al morir su esposo. La incertidumbre se disipó con el nacimiento, en 1886, de un heredero varón, hijo póstumo de don Alfonso. Durante la minoría de edad de este príncipe -el futuro Alfonso XIII- ejercería la regencia su madre, María Cristina, apoyada por el pacto político entre los partidos del régimen.







Alfonso XIII
Rey de España (Madrid, 1886 - Roma, 1941). Hijo póstumo de Alfonso XII, durante su minoría de edad ejerció la Regencia su madre, María Cristina de Habsburgo-Lorena, quien le dio una educación eminentemente militar. Su reinado se inició al ser declarado mayor de edad en 1902, con el país aún bajo los efectos de la reciente derrota en la guerra contra Estados Unidos y la consiguiente pérdida de los restos del imperio colonial (1898). Juró la Constitución de 1876, pero no puede decirse que ejerciera lealmente el papel de un rey constitucional: desde el comienzo afirmó su voluntad de poder personal y manifestó una inclinación desmedida hacia los militares.
Continuó la política de turno pacífico en el gobierno entre los partidos dinásticos, que se basaba en admitir el sistemático falseamiento de las elecciones: así confió el poder a los conservadores Silvela, Fernández Villaverde, Maura y Azcárraga (1902-05) y luego a los liberales Montero Ríos, Moret, López Domínguez y Vega de Armijo (1905-07).
Posteriormente el rey abrió paso a los intentos de desmontar el caciquismo y modernizar el sistema político desde el Gobierno por parte de los conservadores (Maura, 1907-09) y de los liberales (Canalejas, 1910-12). Con el asesinato de Canalejas empezó a romperse el bipartidismo por la disgregación en facciones de los partidos del turno (gobiernos del liberal Romanones en 1912-13 y 1915-17 y del conservador Dato en 1913-15).
Aquella situación desembocó en la quiebra del sistema de la Restauración a partir de la gran crisis de 1917, en la que se concitaron contra el régimen una huelga general, un movimiento corporativo en el ejército (las «Juntas de Defensa») y una Asamblea de Parlamentarios que reclamaba reformas democratizadoras al margen de las instituciones establecidas. Después del fracaso del Gobierno de Unión Nacional de 1918, el reinado se caracterizó por una gran inestabilidad política (con 13 cambios de gabinete) y social (aumento del terrorismo anarquista). Los nacionalismos aumentaban su influencia y sus demandas. Y la situación colonial se deterioraba en Marruecos con el desastre de Annual (1921).
Alfonso actuó en varias ocasiones en su papel de representante del Estado en el exterior: en 1904 recibió en Vigo al emperador alemán Guillermo II y trató con él sobre la cuestión de Marruecos; en 1907 se entrevistó en Cartagena, para tratar de la situación en el Mediterráneo, con el rey Eduardo VII de Inglaterra, con cuya sobrina Victoria Eugenia (o Ena) de Battenberg había contraído matrimonio el año anterior; en 1913 visitó Francia para ratificar el tratado que repartía Marruecos entre ambos países; realizó otros viajes oficiales a Inglaterra, Francia, Alemania y Austria; y desempeñó un papel relevante en la defensa de la neutralidad española en la Primera Guerra Mundial (1914-18).
Pero el reinado quedó marcado por la cobertura que prestó don Alfonso al golpe de Estado del general Primo de Rivera en 1923 y la dictadura que éste implantó, decisión que le haría perder el Trono. Insensible a las peticiones de los presidentes de las dos cámaras de que cumpliera sus obligaciones constitucionales, se complació en cambio en visitar con el dictador la Italia de Mussolini (1923). Cuando, acuciado por la oposición interna, cayó Primo de Rivera, el rey encargó formar Gobierno sucesivamente al general Berenguer (1930) y al almirante Aznar (1931); pero el regreso a la normalidad constitucional no era ya posible.
La deslealtad del rey y su compromiso con la pasada dictadura produjeron un vuelco en la opinión pública, que en las elecciones municipales de 1931 se mostró mayoritariamente republicana. Don Alfonso suspendió el ejercicio del poder real (aunque no abdicó formalmente) y abandonó España al tiempo que se proclamaba la Segunda República (1931). Juzgado y condenado en ausencia por las Cortes republicanas, el ex rey se refugió en la Italia fascista y en 1941 abdicó en su hijo Juan antes de morir. Antes había sobrevivido a tres atentados, uno en París (1905) y dos en Madrid (1906 y 1913). Quedó enterrado en Roma hasta que en 1980, restaurada ya la monarquía de los Borbones, su nieto Juan Carlos I hizo traer su cuerpo a España para depositarlo en el Panteón de Reyes de El Escorial.